Mis Hermanos y Hermanas en Cristo:

Juntos creamos nuestra visión.  Nos da una perspectiva común de esperanza para el Tercer Milenio.  Hago un llamado y desafío a todo católico en la Diócesis a que viva nuestra visión para que podamos transformar tres áreas de la vida: la familia, el vecindario y la sociedad en general.  Esto demanda que ampliemos nuestro entendimiento y experiencia de la Iglesia.  Ser Iglesia no es sólo lo que ocurre en nuestras comunidades parroquiales, es más.  Significa que la Buena Nueva de Jesús tenga un efecto positivo en nuestras familias, nuestros vecindarios y nuestra sociedad.  Esto significa que en cada actividad, proyecto y plan que hagamos debemos hacernos las preguntas: “¿Da esto esperanza a las personas?”  “¿Impacta esto positivamente a la familia, el vecindario y la sociedad con el Evangelio?”  Somos desafiados y llamados a ser iglesia en los lugares cotidianos de nuestras vidas.


Familia

La familia es la unidad básica de la Iglesia donde se transmite la fe.  Teniendo en cuenta que las relaciones familiares moldean el rumbo de la vida de uno más que las otras experiencias, y que la experiencia que uno tiene de Dios está directamente relacionada a la experiencia que uno tiene de la familia, nuestras parroquias y comunidades de fe se deben comprometer a alimentar y apoyar la vida familiar.  Puesto que la familia provee una experiencia de Dios que es el cimiento, las parroquias deben entablar conexiones significativas entre la realidad de la vida familiar y el mensaje del Evangelio.  Continuamente procuramos entender la diversidad de la vida familiar, su desarrollo y etapas y la experiencia contemporánea de la familia. 

Nosotros, como parroquias y comunidades de fe nos enfocaremos en la familia.  Aceptamos el desafío de comenzar con la experiencia actual de familias y ser flexibles y creativos en nuestro ministerio a y con las familias.  Incluido en este desafío está un llamado a proporcionar atención adicional y cuidado pastoral a los divorciados, viudos, personas de la tercera edad, los enfermos, los confinados a sus hogares y quienes tienen necesidades especiales.  Ratificamos nuestro llamado a ser parroquias y comunidades de fe comprometidas a la importancia de las relaciones consigo mismas, con otros y con Dios.


Vecindario

Somos el cuerpo de Cristo.  Cristo se revela en el efecto que tenemos en nuestros vecindarios, en la manera en que nos involucramos en la vida que compartimos con otros.  No podemos aislarnos de los problemas y cuestiones que afectan a nuestros vecindarios. 
En el próximo milenio, seremos una iglesia en que las familias están activamente involucradas en escuelas, servicios sociales, al igual que en cuestiones del cuidado de la salud, vivienda y empleo.  Como parroquias, somos llamados a romper las cadenas del parroquianismo procurando el bien común.  Fortaleceremos nuestros nexos y relaciones con parroquias vecinas y otras comunidades de fe que nos rodean. 

Seremos líderes en iniciar y participar activamente en proyectos que edifican vecindarios saludables, procuran poner fin a la violencia por medio de abogacía, uniéndonos y apoyando eventos cívicos que promueven la justicia.


Sociedad

Reconociendo las alegrías y las esperanzas, los pesares y las angustias de nuestro mundo, especialmente entre los pobres, aceptamos el llamado a ser luz del mundo.  Llevaremos los valores del Evangelio a la sociedad, compartiendo nuestra esperanza con los que no pertenecen a ninguna iglesia y quienes buscan la fe. 

Nuestras parroquias se comprometerán a responder a las personas en necesidad, ayudando a quienes no tiene voz, se encuentran marginados y sin esperanza.  Nos involucraremos en lo que debamos hacerlo, ya sea en la reforma al sistema de prestaciones sociales, cuestiones del medio ambiente, y cuestiones que amenazan la vida.  Apoyaremos a quienes enfrenten crisis, tanto a las víctimas como a los autores de la violencia, al igual que a personas que sufren debido al racismo y la injusticia de todo tipo.

Siendo sensibles para con la comunidad global, acogemos el mandato del Evangelio de promover activamente la justicia y la paz por medio de educación y acción.  Fortaleceremos nuestro compromiso con las cuestiones de la vida, particularmente con los no nacidos y los moribundos, lucharemos para proteger a las personas en todas las etapas del camino de la vida.  Por medio de nuestra participación activa en las cuestiones de la sociedad, nuestras acciones mostrarán nuestro compromiso a la justicia.  Lucharemos para lograr un cambio sistemático, creando políticas y estructuras que promuevan la dignidad y el bienestar del pueblo, especialmente los pobres.
Se nos da una nueva oportunidad de acoger el Espíritu Creativo de Pentecostés.  El don del Espíritu Santo es la promesa de que podemos ser un pueblo nuevo, potenciados con una visión hecha esperanza. 

Yo los desafío, mis hermanos y hermanas, a elegir la vida; a construir puentes entre las culturas y entre los ricos y los pobres, a caminar con personas que pudieran tener diferentes percepciones de la Iglesia, a forjar vínculos entre los jóvenes y los de edad avanzada, a reconciliar ofensas nuevas y pasadas, uniéndose a sí al Evangelio de Jesucristo. 

Estos momentos marcan un nuevo comienzo.  Es un momento de conversión personal y comunal.  Es una oportunidad de analizar nuestros corazones y nuestras vidas, arriesgándonos a ver lo que aún no hemos visto en nosotros mismos y en otros.  Es un momento para unirnos a otros, logrando lo que aún no hemos hecho juntos. 

Todos nosotros enfrentaremos el desafío de tomar decisiones difíciles.  Nuestra misión es impactar positivamente a la familia, al vecindario y a la sociedad con esperanza.  Le pido a toda persona, joven y de edad avanzada, a toda parroquia, a toda comunidad étnica, a toda comunidad de base, a todo ministerio, a toda oficina diocesana, a todo grupo y comité consultivo, que acepten la responsabilidad y el desafío de implementar esta visión de esperanza.  El Señor nos encomienda la Buena Nueva…esperanza para el mundo.  Nuestro compromiso es llevarla al Tercer Milenio.  “Porque sólo yo sé los planes que tengo para ustedes, oráculo del Señor; planes de prosperidad y no de desgracia, pues les daré un porvenir lleno de esperanza”.  (Jer 29:11)

Su Servidor en Cristo,

Monseñor Gerald Barnes